domingo, 22 de diciembre de 2013

Recordando

Hacía tiempo no sentía esto, ese calor que te llena todo el cuerpo y te hace sentir tan bien, lo que se puede lograr con un abrazo. Fue bueno recordar aquellos momentos en los que un adiós no significa nada si no lo dices varias veces, en las que un mensaje no puede ser escrito sin la palabra te quiero, cuando recuerdo estos momentos llenos de pasión de dos jóvenes me miro en el espejo y pienso… ¿habrán sido reales? Espero que sí. Ahora recuerdo lo que se siente al estar enamorado, la flama del corazón que se enciende a lo largo de muchos y pequeños golpes pero que sigue ahí esperando pensando no importa siempre puedo corregir, ahora recuerdo lo que es querer y te veo en la cara de otros, tu cabello, la sonrisa e incluso la forma de andar, aquellos sueños recurrentes donde estás tú, alucinando el primer beso, tibio, tierno, lento, de amor, temeroso, las palabras al oído; susurros del corazón, un cálido abrazo. Todo lo puedo recordar y  la lluvia que cae atravesándome con sus puntas de flecha, la ventana se llena de ellas como mis ojos lo hacen al no mirarte, recuerdo ese dolor, esperando. Ahora recuerdo,  puede ser peor no haber sufrido y nunca haber conocido eso que te mantiene despierto durante toda la noche pensando en aquel momento, mil veces preferiría quemarme en las ardientes llamas pero jamás dejar de sentir amor.

Reencuentro



El sol resplandecía posado frente a mí, su calor envolvía este cuerpo frio, mientras descendía uno a uno los peldaños grisáceos de la escalera, la luz cruzaba las esbeltas ramas de los arboles haciendo que parecieren vivos, realmente disfrutaba ese hermoso día, lleno de colores, la gente nunca se había visto tan alegre. Un edificio frente a mí se cubría con el dorado del sol, se podía ver una puerta abierta de la cual escapaban susurros mientras recorría el camino iban debilitándose.  En el piso, solo grietas que se  desdibujaban tomando diversas formas, mi cuerpo dio media vuelta para continuar bajando mientras miraba el pavimento y daba una suave caricia al helado baranda. La claridad nos fue dejando dando paso a una tenue oscuridad;el pequeño crepúsculo que nos seguía hacía ver las paredes más pequeñas. Un pizarrón se acercaba, todavía se alcanzaban a ver las marcas de los papeles que una vez lo adornaran, continué admirándolo mientras andaba, giraba lentamente al compás de mis pasos, en el instante en que terminé de ver aquel pizarrón olvidado, algo chocó , cerré mis ojos por unos escasos segundos, cuando la vista volvió, tu cara blanca, como alumbrada por un pequeño reflector, iluminó la negrura del lugar, tu semblante era serio, como un soldadito de plomo, tu mirada cubierta por unas delineadas cejas, clavada en el piso, poco a poco fue subiendo hasta encontrarse con la mía, una sonrisa se dibujó en tu rostro al momento que pronunciabas nuestro saludo especial con gran efusión, tus arqueadas cejas se alzaron dejando entrever una pequeña chispa de sorpresa y alegría, o por lo menos eso creía; la emoción contenida era demasiada, trataba de retenerla; un mar en mí se encendió, oleadas revolcaban mi corazón y aún ahora lo siguen haciendo. Nuestros cuerpos se fueron acercando lentamente, temerosos de lo que pudiera pasar, tus brazos me rodearon y como una danza hipnótica, mas pura que cualquiera que pudiese evocar el Flautista de Hammelín, mis brazos te siguieron, recorriendo un oscuro valle, llegando al final de este y entrelazándose; la sangre bombeaba al cien , mi ser se fundió con el tuyo, el calor de tu cuerpo recorrió cada parte del mío llenándome. La consolidación de un sueño que solo en mi mente había existido y se hacía realidad, me dejé llevar sumiéndome en ti, acurrucada y segura. Simple y sencillamente por unos momentos dejamos de existir y fuimos uno. Un abrazo es lo que fue felicidad, que hacía tiempo no sentía, llegó de golpe; no quería separarme de ti; como un dolor, del cual no quieres separte, que te grita ¡aún estás vivo...!, lo que había esperado desde hace tantos ayeres.

Bajo la lluvia


 El suelo irradiaba el calor de un arduo día, lleno de grietas profundas, una franja amarilla lo recorría delineándolo, enormes bloques de negras piedras lo rodeaban formando una oscura pared, por donde subían las eternamente verdes enredaderas y agraciadas bugambilias que se columpiaban de aquel grueso muro; ahí existíamos justo en medio rodeados de toda esa perfección, los pajarillos nos susurraban su canto, haciéndose cómplices de nuestro amor, el verde fulgor de los viejos árboles nos abrazó, podíamos sentir el rocío que emanaba de ellos; allá, lejos se oían pisadas y risas, cuanto más se acercaban, más se perdían, la atmósfera poseía algo especial esa tarde; a punto de morir, el sol nos regaló sus últimos rayos bañándonos en su calidez, se alzaba por encima de tu cabeza queriendo decirme algo, antes de dar paso a la atrevida oscuridad donde los instintos son liberados y no controlados; sin decir más me tomaste delicadamente de los hombros, mis manos temblaban, el extraño temor que esperas ansioso; te fuiste acercando lentamente, parecido a un vals, tus manos blancas se deslizaron suavemente por mis brazos tomándome, un golpe en mi corazón estremeció todo mi ser; cuando me percaté, avanzabas cada vez más, cerré los ojos, un delicado beso se posaba en mi mejilla, logré sentir cómo los vellos se erizaban, una reacción hacia algo peligroso, tú; todo giraba, era el momento de decirlo, las palabras se aferraron a mis labios, me di cuenta de que la peor traición es la de uno mismo, solamente podía contemplar ese momento y guardarlo en mi memoria.
La noche cayó dejando de lado aquel instante, los susurros se volvieron cada vez más intensos hasta alcanzarnos, dimos un gran salto, pareciere fuéramos criminales. ¿Y, no lo éramos?, criminales de sí mismos, robándonos la vida el uno al otro; compañía, inevitable, separados de nuevo, la intranquilidad nos arrastraba a estar juntos, aquella sensación no se apartaba de nosotros, cuando pensé no soportarlo más, nuestro único aliado apareció de pronto, sin más empezaron a desplomarse pequeños trozos húmedos de cielo tibio, poco a poco, cubriéndonos, rodaban por mi piel hasta perderse en el camino, de nuevo solos, jugueteábamos bajo la mirada de las estrellas que brillaban solo para nosotros, el calor de tu cuerpo caminaba sobre el mío, disfrutábamos la lluvia fresca; ese instante era como un relámpago que se extendía; sin darnos cuenta, el tiempo avanzaba, era hora de irnos y dejar en ese infinito nuestros sentimientos más intensos, para apagarlos y volver a la realidad.

Lágrimas


Siento cómo avanzan las lágrimas por la hondura de mis ojos, cristalinos
se tornan, rojos, llenos de cicatrices , amando o tratando de hacerlo. Te odio,
te aborrezco, el sufrimiento , el dolor, los suspiros, la sensación de vacío
que jamás es saciada, el ardor por dentro cuando se es olvidado, cómo te odio,
pero como una niña caprichosa que lo quiere todo, te extraño, te siento, te
espero, ¿algún día podré escupir todo lo que siento? o seguiré siendo solo otra
sombra que se desvanece en el tren de tu vida…

Melodías del mar...



Con el brillo del sol muriendo frente a mi cara iluminando toda la habitación con su resplandeciente luz dorada, el sonido de las olas y la melodía de una queda guitarra recordaba tus abrazos sobre el mar, la brisa que golpeaba con desdén nuestros rostros y los ojos empapados de lágrimas interrumpidas de felicidad, la ligereza de la composición evocaba la frescura del agua posando frente a nosotros, los viejos violines y su canto regresan a aquella tarde soleada en la que el sol murió frente a nosotros mientras consumíamos los últimos momentos junto con él, sabiendo que terminaba pero con la grata sensación de haber estado ahí mirándolo hasta haberse extinguido sobre el horizonte.

lunes, 17 de junio de 2013

Luz del paraíso

La lluvia caía pacíficamente, el cielo era gris y una pequeña chispa de luz se elevaba por encima de nosotros sostenida por un negro quinqué que daba tenue luz a tu mirada.  Del otro lado de la calle se encontraba una vieja tienda de verduzco toldo, cacarizo por el sol; se podía respirar la humedad que una lila desprendía.

El camino estaba lleno de una extraña soledad, todo el mundo se encontraba resguardándose de la lluvia. Desde mi lugar podía verse un grupo de personas divirtiéndose, se podían oír sus risas; manteles largos los cubrían, un aroma a café escapaba por una de las ventilas que habían olvidado cerrar; un travieso lunar sonreía sin parar al compás de sórdidos movimientos luciéndose, engalanando la noche con su vivaz frescura; un Don Juan, sin duda, coqueteaba con largas cabelleras acompañado de un paliacate que haciéndole segunda acaparaba la atención del lugar y honestamente la mía también llegando a ignorarte.

El sonido de la lluvia poco a poco fue matando tu voz haciéndola una más de las sonoras gotas que se desmoronaban al caer sobre el pavimento.

Bella criatura sin duda quien se posaba frente a mí, mirada cálida y risibles hoyuelos configuraban su escultural rostro. Absorta en el dilema de su existencia, lo miraba fascinada por singular belleza, su delicado cuello de cisne giró perfilando sus claros ojos en mí.

Rápidos pensamientos cruzaron dando lugar a una típica y estúpida reacción, el nerviosismo se manifestó desviando la mirada hacía lo primero que hallé, un tenedor… ¿Oh, pero cosa más cruel podía suceder? Vigilando sus movimientos volvía a él, aunque deseaba poder irme algo lo impedía.

Ya no salía más humo de mi té, de lo que fue un pastelillo migajas quedaban. El momento temido llegaba… lentamente te levantabas de tu asiento; agradeciendo por la compañía, te dispusiste a salir, pero olvidabas dejar la propina, unos segundos más para deleitarme de ti. Te seguí con la mirada hacia la salida, caminaste por la alfombra roja que cubría el lugar, tomaste tu mochila de viaje rápidamente y empujando las puertas reclinables saliste hacia la deriva, tus acompañantes iban adelante lanzando risotadas por los aires mientras tú disminuías la velocidad, los alegres juglares pasaron frente a mí, ignorándome, una estatua más en su ajena vida.

Cuando volví la mirada para darte un último vistazo, vislumbré una sombra, subías por la calle avanzando cada vez más; uno, dos parpadeos, tu ondulado cabello comenzó a ser familiar bajo la luz del quinqué, tu rostro era aún más bello y brillante, una lenta risita se delineaba en tu fisonomía mientras se acercaba a mí, ¡oh! aquel travieso lunar inclinándose me sonreía y sin darme cuenta se posó sobre mi mejilla, tu calidez apresó mi cuerpo frío dejándolo en una especie de catarsis.

La luz que por un momento fue abruptamente cegada y regresaba a medida que te alejabas bajo la lluvia.

Junio







Las nubes tornabanse grisáceas, cual pelaje de tristes ratas, el aire comenzaba a mecer las hojas de los verdes árboles, a lo lejos, se dibujaban eléctricos rasguños a través de los nubarrones, seguidos de agrestes rugidos. Una capa ligera de lluvia caía haciendo más intensos los colores, el pavimento se tornaba más oscuro, las hojas de los árboles volvían a cobrar vida, enderezándose al compás del viento. Las pisadas resonaban con mucho más fuerza, su mirada también parecía ser todavía más intensa bajo la lluvia, de su cabello bruno bajan delicadas y silenciosas gotas, derritiéndose ante aquella sonrisa, tratando de alcanzarla. El frío jamás fue tan cálido, la lluvia jamás se vio tan exquisita, tan perfecta, tan viva… Aquí estoy con mirada taciturna y pérdida, embelesada con aquel espectáculo, aturdida ante tu presencia. ¿Quién eres en realidad?...

I wanna love you




Un delineado farol de tallo amarillento, irradiaba una intensa luz blanca que rebelde se expandía entre el oscuro día, la tenue lluvia se reflejaba a través de los cristales, las violetas campanillas de viejas jacarandas resonaban armoniosas con el frio viento, el olor a tierra mojada impregnaba el asfalto, que curiosa ironía. Las copas de los árboles entre cerraban el cielo impidiendo poderlo observar, en cambio,  mostraban un velo verduzco del cual caían gotas. El piso, lleno estaba de hojas secas, quebradas por el intempestivo  clima, unos cuantos pajarillos perdidos, piaban a lo lejos, el aroma de café caliente escapaba por la ventana de un viejo hogar, el clac de las pisadas sobre charcos de agua componía una melodiosa tarde.


A lo lejos sobre la calle ya comenzaban a vislumbrarse luces doradas, blancas, incluso azules como impidiendo la llegada de una más de aquellas frías y solitarias noches, pero no hoy, hoy existen dos extraños, gastados por los años, cuyo dedo viste un opaco anillo dorado, cuyos ojos cubre un raso eco de anhelos,  cuyo corazón viste un traje de amargo terciopelo. Extraños que se elevan a la luz de aquel farol. A lo lejos, pareciere vistieran una ruda coraza, estampada de recuerdos. De lo que fue, es y será. De sus ropajes colgaban, cual tendedero, un pagaré por aquí, un cheque por allá, la cena a la que no asistió, el primer cumpleaños de su hijo, la llegada del segundo, la venta de su vieja casa, el nuevo trabajo, el amante improvisado de los viernes… Aquel espectáculo era digno de mirar, ambos caminaban con ojos trémulos y cristalinos, de cabeza gacha y hombros tristes, vigilados por sus planes.


De pronto la lluvia cesó, una gélida brisa que los perseguía se tornó cálida como la de un tibio verano, las grisáceas nubes se esfumaron dejando ver plateadas y diminutas estrellas, de las agrias ramas de un arbusto brotaron pequeños botones rosados, mientras uno de los extraños tomaba la mano de su compañero poco a poco se formaban pequeñas grietas sobre su caparazón que dejaban ver la dulce verdad…

El metro de las 4:00 p.m.



El sonido del viento resonaba por entre los vagones, el reloj marcaba las 3:45 p.m., hermosos espejos decoraban aquella estación. Se podían escuchar estrepitosos pasos por el andén, una risotada de aquellos jóvenes, el niño que lloraba acongojado por el muñeco preferido que había perdido en uno de tantos baños. El tiempo transcurría, la estación del tren vivía, agonizaba, moría y volvía a renacer, cual poderoso fénix. Por entre la gente, lejos, bajo un inmenso pilar, se vislumbraba una pequeña silueta marcada por el tiempo, de pasos quedos y trémulos avanzaba lentamente, una cabellera blanca cual espuma de mar, grácil, superflua, ondeaba sobre su cabeza como signo de libertad y sabiduría, de ojos cansados, cubiertos por tupidas cejas que enmarcaban aquella figura antiquísima, pequeñas líneas recorrían lo que alguna vez fuera un bello rostro, se deslizaban desde la sien, pasando por sus mejillas llegando a su cuello, perdiéndose entre tantos recuerdos. Resoplando a cada paso que daba, miraba hacia todas direcciones a la expectativa de algo. Un rugido pareció terminar con su incesante búsqueda, el tren de las 4:00 estaba por arribar, un desfile marrón apareció ante ella seguido de un tremendo estruendo; de pronto aquellos luceros comenzaron a verse opacados por un incesante sollozo, mientras delineaba una tenue sonrisa un gastado hombre salía de aquel vagón, una de sus manos bailaba desacompasada mientras el resto de su ser avanzaba por entre la gente, su cabello diamantado resplandecía con el sol, altivo y apoyado de un bastón, sonreía mientras contenía la respiración para evitar alguna impropiedad.

El tiempo aletargado por tan bella escena comenzó a retroceder, sus manos seniles mostraban una frescura y vivaz apariencia, aquellas marcas causadas por el tiempo desaparecieron, sus siluetas compactas dieron lugar a dos exquisitas figuras imberbes, aquellos mechones espumosos se tiñeron de un vivaz marrón, su mirar, eso nunca cambió, sus pupilas danzarinas, felices paseaban sobre su compañero. Aquel añejo hombre con delicadeza tomó la palma de su amada, acariciándola.    –¿Estás listo?-  preguntó ella. El sonrió gentil y ambos marcharon hacia el horizonte. Los rayos de luz resplandecían ante ellos, mientras avanzaban su luminosidad se reflejaba sobre uno de tantos espejos de la estación, el más íntegro de todos, “supongo”, pues revelaba como se perdía a un nonagenario par entre la gente.

domingo, 26 de mayo de 2013


Ligero, te deslizabas entre el tumulto, tus ojos dos grandes ráfagas de locura me miraban fijamente, de sonrisa pícara y aterciopelados labios. Siguiendo el ritmo palpitante de la oscuridad que imantaba nuestros cuerpos, seducidos por la pérfida noche, nos acercamos lentamente. La adrenalina corría, viajaba a través del torrente sanguíneo, múltiples sensaciones. Tu negro, yo blanco. La experiencia, la inocencia. Pasión, Razón. Una explosión de éxtasis, tus manos guiabanme despacio, sin prisa, lentas, tibias nublaban mi juicio. El golpeteo del corazón a través de mi pecho impedía el poder escuchar los susurros de la racionalidad, la lluvia imperceptible se evaporaba al hacer contacto con tu dorada tez...