lunes, 17 de junio de 2013

I wanna love you




Un delineado farol de tallo amarillento, irradiaba una intensa luz blanca que rebelde se expandía entre el oscuro día, la tenue lluvia se reflejaba a través de los cristales, las violetas campanillas de viejas jacarandas resonaban armoniosas con el frio viento, el olor a tierra mojada impregnaba el asfalto, que curiosa ironía. Las copas de los árboles entre cerraban el cielo impidiendo poderlo observar, en cambio,  mostraban un velo verduzco del cual caían gotas. El piso, lleno estaba de hojas secas, quebradas por el intempestivo  clima, unos cuantos pajarillos perdidos, piaban a lo lejos, el aroma de café caliente escapaba por la ventana de un viejo hogar, el clac de las pisadas sobre charcos de agua componía una melodiosa tarde.


A lo lejos sobre la calle ya comenzaban a vislumbrarse luces doradas, blancas, incluso azules como impidiendo la llegada de una más de aquellas frías y solitarias noches, pero no hoy, hoy existen dos extraños, gastados por los años, cuyo dedo viste un opaco anillo dorado, cuyos ojos cubre un raso eco de anhelos,  cuyo corazón viste un traje de amargo terciopelo. Extraños que se elevan a la luz de aquel farol. A lo lejos, pareciere vistieran una ruda coraza, estampada de recuerdos. De lo que fue, es y será. De sus ropajes colgaban, cual tendedero, un pagaré por aquí, un cheque por allá, la cena a la que no asistió, el primer cumpleaños de su hijo, la llegada del segundo, la venta de su vieja casa, el nuevo trabajo, el amante improvisado de los viernes… Aquel espectáculo era digno de mirar, ambos caminaban con ojos trémulos y cristalinos, de cabeza gacha y hombros tristes, vigilados por sus planes.


De pronto la lluvia cesó, una gélida brisa que los perseguía se tornó cálida como la de un tibio verano, las grisáceas nubes se esfumaron dejando ver plateadas y diminutas estrellas, de las agrias ramas de un arbusto brotaron pequeños botones rosados, mientras uno de los extraños tomaba la mano de su compañero poco a poco se formaban pequeñas grietas sobre su caparazón que dejaban ver la dulce verdad…

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