domingo, 22 de diciembre de 2013

Bajo la lluvia


 El suelo irradiaba el calor de un arduo día, lleno de grietas profundas, una franja amarilla lo recorría delineándolo, enormes bloques de negras piedras lo rodeaban formando una oscura pared, por donde subían las eternamente verdes enredaderas y agraciadas bugambilias que se columpiaban de aquel grueso muro; ahí existíamos justo en medio rodeados de toda esa perfección, los pajarillos nos susurraban su canto, haciéndose cómplices de nuestro amor, el verde fulgor de los viejos árboles nos abrazó, podíamos sentir el rocío que emanaba de ellos; allá, lejos se oían pisadas y risas, cuanto más se acercaban, más se perdían, la atmósfera poseía algo especial esa tarde; a punto de morir, el sol nos regaló sus últimos rayos bañándonos en su calidez, se alzaba por encima de tu cabeza queriendo decirme algo, antes de dar paso a la atrevida oscuridad donde los instintos son liberados y no controlados; sin decir más me tomaste delicadamente de los hombros, mis manos temblaban, el extraño temor que esperas ansioso; te fuiste acercando lentamente, parecido a un vals, tus manos blancas se deslizaron suavemente por mis brazos tomándome, un golpe en mi corazón estremeció todo mi ser; cuando me percaté, avanzabas cada vez más, cerré los ojos, un delicado beso se posaba en mi mejilla, logré sentir cómo los vellos se erizaban, una reacción hacia algo peligroso, tú; todo giraba, era el momento de decirlo, las palabras se aferraron a mis labios, me di cuenta de que la peor traición es la de uno mismo, solamente podía contemplar ese momento y guardarlo en mi memoria.
La noche cayó dejando de lado aquel instante, los susurros se volvieron cada vez más intensos hasta alcanzarnos, dimos un gran salto, pareciere fuéramos criminales. ¿Y, no lo éramos?, criminales de sí mismos, robándonos la vida el uno al otro; compañía, inevitable, separados de nuevo, la intranquilidad nos arrastraba a estar juntos, aquella sensación no se apartaba de nosotros, cuando pensé no soportarlo más, nuestro único aliado apareció de pronto, sin más empezaron a desplomarse pequeños trozos húmedos de cielo tibio, poco a poco, cubriéndonos, rodaban por mi piel hasta perderse en el camino, de nuevo solos, jugueteábamos bajo la mirada de las estrellas que brillaban solo para nosotros, el calor de tu cuerpo caminaba sobre el mío, disfrutábamos la lluvia fresca; ese instante era como un relámpago que se extendía; sin darnos cuenta, el tiempo avanzaba, era hora de irnos y dejar en ese infinito nuestros sentimientos más intensos, para apagarlos y volver a la realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario