El suelo irradiaba el calor de un arduo día, lleno de grietas
profundas, una franja amarilla lo recorría delineándolo, enormes bloques
de negras piedras lo rodeaban formando una oscura pared, por donde
subían las eternamente verdes enredaderas y agraciadas bugambilias que
se columpiaban de aquel grueso muro; ahí existíamos justo en medio
rodeados de toda esa perfección, los pajarillos nos susurraban su canto,
haciéndose cómplices de nuestro amor, el verde fulgor de los viejos
árboles nos abrazó, podíamos sentir el rocío que emanaba de ellos; allá,
lejos se oían pisadas y risas, cuanto más se acercaban, más se perdían,
la atmósfera poseía algo especial esa tarde; a punto de morir, el sol
nos regaló sus últimos rayos bañándonos en su calidez, se alzaba por
encima de tu cabeza queriendo decirme algo, antes de dar paso a la
atrevida oscuridad donde los instintos son liberados y no controlados;
sin decir más me tomaste delicadamente de los hombros, mis manos
temblaban, el extraño temor que esperas ansioso; te fuiste acercando
lentamente, parecido a un vals, tus manos blancas se deslizaron
suavemente por mis brazos tomándome, un golpe en mi corazón estremeció
todo mi ser; cuando me percaté, avanzabas cada vez más, cerré los ojos,
un delicado beso se posaba en mi mejilla, logré sentir cómo los vellos
se erizaban, una reacción hacia algo peligroso, tú; todo giraba, era el
momento de decirlo, las palabras se aferraron a mis labios, me di cuenta
de que la peor traición es la de uno mismo, solamente podía contemplar
ese momento y guardarlo en mi memoria.
La noche cayó dejando de lado aquel instante, los susurros se
volvieron cada vez más intensos hasta alcanzarnos, dimos un gran salto,
pareciere fuéramos criminales. ¿Y, no lo éramos?, criminales de sí
mismos, robándonos la vida el uno al otro; compañía, inevitable,
separados de nuevo, la intranquilidad nos arrastraba a estar juntos,
aquella sensación no se apartaba de nosotros, cuando pensé no soportarlo
más, nuestro único aliado apareció
de pronto, sin más empezaron a desplomarse pequeños trozos húmedos de
cielo tibio, poco a poco, cubriéndonos, rodaban por mi piel hasta
perderse en el camino, de nuevo solos, jugueteábamos bajo la mirada de
las estrellas que brillaban solo para nosotros, el calor de tu cuerpo
caminaba sobre el mío, disfrutábamos la lluvia fresca; ese instante era
como un relámpago que se extendía; sin darnos cuenta, el tiempo
avanzaba, era hora de irnos y dejar en ese infinito nuestros
sentimientos más intensos, para apagarlos y volver a la realidad.
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