jueves, 18 de diciembre de 2014

Él…
 ella…

Era una fría noche de diciembre, las luces brillantes rodeaban una inmensa torre, coloreada por el dorado de aquellos focos como el sol.
El la veía, con sus enormes ojos cafés, sonría, con cada gesto que hacía, escuchaba su voz, a veces muy fuerte, otras apagada, nublada, distante. 
El aire se tornaba frio, las nubes grisáceas desaparecían con la oscuridad, perdiéndose entre la inmensidad de edificios pintados por la noche. Uno en particular, “el palacio de las artes”, imponente, de aires afrancesados y blancos mármoles que a sus pies guardaba dos estatuas protectoras de la entrada. Figuras altas, negras, de crines ondeantes y gallardos caballeros daban la bienvenida al lugar.
La Noche llegaba y era hora de partir de aquel idílico lugar. Bajaron las escaleras de mirador en silencio. El, talvez, orgulloso por su buena elección con lugar. Ella, luchando con sus demonios sin saber si se encontraba alegre o apesadumbrada.  Salieron, el aire chocaba contra ambos enroscando sus ideas, aflorando los impulsos.  
Como resguardando al palacio se en contra un oasis, en medio de aquella ciudad. Los árboles cerraban el paso a las estrellas dejando solamente leves caminos plateados alumbrados por lámparas tenues. El piso de mármol contrastaba con las oscuras figuras de árboles, sus ramas y raíces asemejaban cuerpos vivos, con alma por escasos momentos en que la brisa del aire los tomaba por sorpresa, dándoles un soplo de esperanza y arrebatándoselos al instante.
Aquellos caminaban lentos, mirando al frente, absortos en sus pensamientos. Mordido por un ansia intensa, el, hablaba sobre la “magia de la noche “,  la perfección de esta y como para cerrar con broche de oro un beso sería lo mejor. Ella, taciturna e indecisa meditaba aquella proposición, ¿podría aceptar algo que no sentía?. El tiempo transcurría, personas iban y venían. Su insistencia surtió efecto, la idílica noche también. Así fue como un beso selló la noche. Para él, algo ansiado, para ella, desconocido, un experimento.
Los días pasaron…, para él, como un aletargado castigo sin que su celular sonara. Para ella, también habían sido largos, tortuosos y llenos de incertidumbre, pero, no por aquel chico de ojos tiernos, no por aquella mágica noche. Sus pensamiento y suspiros correspondían a alguien más, alguien que vino y se fue, que talvez nunca estuvo, pero, que había hipnotizado sus días.  Como acto último de desesperación, aquel de ojos cafés, tomó su celular, dejando impregnado todo lo que sentía, cada gramo de su pensar. Presionando “send” dejaba su alma y sus precipitados sentimientos.                Tic, tac, tic, tac…., el reloj marcaba el tiempo, y no había respuesta, logró sentir una vibración a través de la mesa y una luz parpadeante, señal inescrutable de una nuevo mensaje, ¿sería ella….?, aquella desconocida que respondía al nombre de Luz. Aproximando su mano hacia el artefacto sintió como su corazón palpitaba cada vez más rápido y su respiración se volvía inconstante. Presionó el código de seguridad, su nombre aparecía en la pantalla.  A primera vista se encontraba una gentil y amable complacencia para aquel jueves, recorriendo las líneas del texto, más abajo, entre líneas y a gritos resaltaba la verdad, no había indicios de correspondencia para aquellas precoces intenciones.  Ella correspondía a alguien más, aún sin recibir una recompensa.
Lejos de ahí, ella, pensaba en si sería una buena idea darle una oportunidad a la noche- desearía despertar con amnesia, sin pasado- se repetía, tal vez, así podría corresponderle. La luz, como su nombre indicaba su penar, brillaba tenue dentro de sus pupilas, ensimismada en sus pensamientos, en el que vino y se fue.







lunes, 3 de febrero de 2014

Turquía

Era una cálida tarde, el sol resplandecía sobre nosotros, los mortales, una traviesa cascada jugaba con distraídos chorros de agua que moría y volvían a crecer, caminábamos por el empedrado lugar, cuando escuchamos un enorme bullicio -  “Incienso de Nepal” , “ Beigles”,  “¡acérquese!”. Nos encontrábamos en una especie de exposición, India, Marruecos, cruzando la calle se encontraba China, Rusa , Japón… Caminábamos llevados por la multitud.
Por gracia de dios o el destino quizá, entramos en una gran carpa blanca con tubos enormes de acero que trepaban y cruzaban haciendo un excelente soporte; más arriba, casi en el cielo, un letrero advertía de aquel lugar, “Turquía”. Hermosas joyas brillaban con las radiaciones de luz que atravesaban por la entrada, azules, rojas, anillos de plata, collares también, finas telas y una música extraña se encontraba en aquel lugar.
Caminando fascinada por tan sublimes artefactos, frente a mis ojos poseía un pedacito de desierto; una mirada cálida como el sol que nos seguía aquel caluroso día; labios delgados y delineados; de cabellos acaramelados (si así se pudiese llamar), pareciere que el desierto lo había engendrado, hijo del Egeo, de tez rosada; cejas tupidas y claras que hacía juego  con su inusual cabellera. ¿Lo mas extraordinario de aquel retrato viviente? Su mirada…, dos estrellas que chispeaban como un volcán, las arenas los habían atrapado dejando rastros de su cruel fechoría; ¿Cómo describir tan sublime escenario? Hermosos sin duda. Verduzcos  como litorales del mar que poco a poco va fusionándose con la poca arenisca que violentas oleadas de aire malévolo roban para construir tan excelsa obra; algunas pestañas los adornaban siendo opacadas por su perfección y brillo.
Entre fugases miradas lo disfrutaba, después de exitosas expediciones a sus vírgenes zafiros algo sucedió, una voz, con rudas articulaciones, algo motorizada y  un poco torpe decía - “Mal de ojo para la buena suerte”-,  posado sobre mí comenzó a plasmarse un lindo gesto en su inusual fisionomía, sonreía.

Un choque de naciones, los vistazos iban y venían,
divirtiéndose, peleando por no perderse en aquel océano de sensaciones; miradas pardas sucumbían ante aquel ser, lentas como bailando un vals iban siendo cada vez más frecuentes acompañadas por  tenues sonrisas y enérgicas palpitaciones. De nuevo su voz… -¿Cómo te llamas..?-