El sol resplandecía posado frente a mí, su calor envolvía este cuerpo
frio, mientras descendía uno a uno los peldaños grisáceos de la escalera,
la luz cruzaba las esbeltas ramas de los arboles haciendo que
parecieren vivos, realmente disfrutaba ese hermoso día, lleno de colores,
la gente nunca se había visto tan alegre. Un edificio frente a mí se
cubría con el dorado del sol, se podía ver una puerta abierta de la cual
escapaban susurros mientras recorría el camino iban debilitándose. En
el piso, solo grietas que se desdibujaban tomando diversas formas, mi
cuerpo dio media vuelta para continuar bajando mientras miraba el pavimento y daba una suave caricia al helado baranda. La claridad nos fue dejando dando paso
a una tenue oscuridad;el pequeño crepúsculo que nos seguía hacía ver
las paredes más pequeñas. Un pizarrón se acercaba, todavía se alcanzaban a
ver las marcas de los papeles que una vez lo adornaran, continué
admirándolo mientras andaba, giraba lentamente al compás de mis pasos, en
el instante en que terminé de ver aquel pizarrón olvidado, algo chocó ,
cerré mis ojos por unos escasos segundos, cuando la vista volvió, tu
cara blanca, como alumbrada por un pequeño reflector, iluminó la negrura
del lugar, tu semblante era serio, como un soldadito de plomo, tu
mirada cubierta por unas delineadas cejas, clavada en el piso, poco a poco fue subiendo hasta encontrarse con la mía, una
sonrisa se dibujó en tu rostro al momento que pronunciabas nuestro
saludo especial con gran efusión, tus arqueadas cejas se alzaron dejando
entrever una pequeña chispa de sorpresa y alegría, o por lo menos eso
creía; la emoción contenida era demasiada, trataba de retenerla; un mar
en mí se encendió, oleadas revolcaban mi corazón y aún ahora lo siguen
haciendo. Nuestros cuerpos se fueron acercando lentamente, temerosos de
lo que pudiera pasar, tus brazos me rodearon y como una danza hipnótica, mas pura que cualquiera que pudiese evocar el Flautista de Hammelín, mis brazos te siguieron, recorriendo un oscuro valle, llegando al final
de este y entrelazándose; la sangre bombeaba al cien , mi ser se fundió
con el tuyo, el calor de tu cuerpo recorrió cada parte del mío
llenándome. La consolidación de un sueño que solo en mi mente había
existido y se hacía realidad, me dejé llevar sumiéndome en ti,
acurrucada y segura. Simple y sencillamente por unos momentos dejamos de
existir y fuimos uno. Un abrazo es lo que fue felicidad, que hacía tiempo
no sentía, llegó de golpe; no quería separarme de ti; como un dolor, del cual no quieres separte, que te grita ¡aún estás vivo...!, lo que había
esperado desde hace tantos ayeres.
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