jueves, 28 de diciembre de 2017

Su mundo

Un telar natural actuaba como techo,  palmas entrelazadas construían su acojedor  refugio. Las luces azules brillaban incandescentes.  A desniveles alumbraban aquel rústico lugar. Acostados sobre el piso, miraban cada una de ellas. Encendido, apagado..., encendido, apagado... Sobre sus rostros se reflejaba el juego de luz y oscuridad. Alumbrando y oscurecido sus pupilas, acentuando el flujo de su sangre que corría por su cuello cada vez que giraban para mirarse. Sus labios refulgentes sonreían coloreando aún más aquella noche. Sus manos jugaban con el aire, con sus cabellos como practicando un ritual, el ritual de la complicidad, de estár. El sonido de las hojas al moverse era el perfecto arrullo, mientras continuaban con aquel rito de reconocimiento. Aprendiendo el camino de la otra piel, el terreno sinuoso de sus miradas, conociendo las planicies de sus flancos, la vereda que avanza desde la comisura de sus labios hasta sus torneadas mandíbulas. Sabiendo como ser del otro sin dejar de ser para ellos. Prometiéndose su propio mundo. 

sábado, 23 de diciembre de 2017

Pasaje de las 3:23 p.m.

Se alcanzaba a ver su delgado cuello a través del retrovisor. Resplandeciente con las luces de la ciudad, a veces pálido, otras ámbar, algunas más rojizo reflejando las señales de tránsito. Bajando por su garganta podía verse un vestido negro, vaporoso, adornando su cuerpo, siendo uno con su respiración. Por arriba de él se encontraba su pequeño mentón formando una delicada montaña en la sabana de su mágica piel. Sus labios delineados y de comisuras cuarto crecientes, impedían que pudiera atender el camino. Los dedos de mis manos inquietos, acariciaban sus mejillas desde lejos. Volaban hacia sus pómulos afilados que en marcaban el cuadro de su cara. Por detrás de sus orejas había acomodado su oscuro cabello que bajaba hasta su pecho siguiendolo, siendo su contorno a la perfección. Como una estatua, permanecía inmóvil, inalterable a cualquier emboscada del ambiente. 
La imagen cortada que el retrovisor me mostraba era suficiente. Seguir su respiración con la mía sería una complicidad necesaria para tan bella criatura. Mi cisne personal, mi chica de humo, mi Ferminia Daza, mi Penélope. El auto permanecía en movimiento mientras humedecía sus labios de vez en cuando, subiendo y bajando como un pincel sobre un lienzo, siendo mi propia obra personal. 
Me había enamorado de mi pasaje, de mi cliente, de la muchacha del labial chocolate, de quien nunca podré saber su nombre, de aquella respiración queda, de las comisuras sonrientes, de su lunar derecho, guardián de sus labios. Que mejor que vivir las suertes del amor en la comodidad de mi asiento, detrás de mí volante, desde donde el amor es más seguro y duele menos, que mejor que..., desde mi propia imaginación.  

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Que me lastime la etiqueta

Quiero que me lastime la etiqueta de una vieja blusa, que odie utilizar doble pantalón en los días de frío, quiero aborrecer las gorras que aprietan mis ideas. 

Quiero volver a sentir mi cuerpo, como caminaban las gotas sobre mi espalda, el rocío de la mañana al golpear mis pómulos y la sensación de la tela calentando mis muslos. 

Quiero mirarme de nuevo y reconocerme. Quiero ir a la oscuridad y volverme parte de ella, que una luz cálida me recuerde un hogar y que un abrazo sea lo único necesario para reposar un mal dìa. 

Quiero volver y reflexionar sobre la forma de las nubes, sobre la sensación del agua dentro de tu boca, disfrutar del silencio nocturno.

Quiero escuchar el tic-tac de un reloj, que por hoy sólo, me lastimó un zapato.