sábado, 23 de diciembre de 2017

Pasaje de las 3:23 p.m.

Se alcanzaba a ver su delgado cuello a través del retrovisor. Resplandeciente con las luces de la ciudad, a veces pálido, otras ámbar, algunas más rojizo reflejando las señales de tránsito. Bajando por su garganta podía verse un vestido negro, vaporoso, adornando su cuerpo, siendo uno con su respiración. Por arriba de él se encontraba su pequeño mentón formando una delicada montaña en la sabana de su mágica piel. Sus labios delineados y de comisuras cuarto crecientes, impedían que pudiera atender el camino. Los dedos de mis manos inquietos, acariciaban sus mejillas desde lejos. Volaban hacia sus pómulos afilados que en marcaban el cuadro de su cara. Por detrás de sus orejas había acomodado su oscuro cabello que bajaba hasta su pecho siguiendolo, siendo su contorno a la perfección. Como una estatua, permanecía inmóvil, inalterable a cualquier emboscada del ambiente. 
La imagen cortada que el retrovisor me mostraba era suficiente. Seguir su respiración con la mía sería una complicidad necesaria para tan bella criatura. Mi cisne personal, mi chica de humo, mi Ferminia Daza, mi Penélope. El auto permanecía en movimiento mientras humedecía sus labios de vez en cuando, subiendo y bajando como un pincel sobre un lienzo, siendo mi propia obra personal. 
Me había enamorado de mi pasaje, de mi cliente, de la muchacha del labial chocolate, de quien nunca podré saber su nombre, de aquella respiración queda, de las comisuras sonrientes, de su lunar derecho, guardián de sus labios. Que mejor que vivir las suertes del amor en la comodidad de mi asiento, detrás de mí volante, desde donde el amor es más seguro y duele menos, que mejor que..., desde mi propia imaginación.  

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