Hay
acciones que ciertamente son dignas de ser discutidas por un buen rato, por
ahora me limito a relatar, el juicio es para tí: ¿Aún existe humanidad en nosotros?.
Eran
las 5:55 p.m. el calor no daba tregua y el azulado vagón del metro olvidaba la
misericordia elevando aún más la temperatura. Mirando a mí alrededor me percataba
de rostros conocidos… La mujer del cabello recogido, de hombros caídos y mirada
fija hacía el otro extremo del vagón. Un hombre de manos trabajadas y pómulos
prominentes miraba hacia el piso con el rostro cansado. Múltiples espaldas
encorvadas y ojos cerrados componían aquella calurosa tarde. Las mismas caras,
los mismos gestos que, los míos. Un viaje más, una hora más, un día más….
-Miren hermanos, yo vengo ofreciendo….- La voz
de un hombre interrumpía el silencio obligado del lugar. Otro de los vendedores
ambulantes que suelen aparecer en cada recorrido del colectivo. Aquella voz (semi
ahogada por las vías del metro y mis audífonos) al parecer promocionaba sus
dotes artesanales. Recitando algunas palabras mostraba su pericia armando una
blanca flor con tan solo un pedazo de tela y un
palito, de esos, que alguna vez usamos para hacer una bandera o alguna
manualidad para el colegio.
-Si
gustas apoyarme con lo que consideras que vale mi trabajo…., o si puedes regalarme
un taco, algo de beber, una sonrisa, mira yo lo acepto….- De vestiduras
sencillas y voz grave el hombre continuó con su monólogo, mirando hacia el
vagón y regresando a su creación. Sus manos cuarteadas no correspondían a su
cabello relamido y peinado. Hablaba sobre su vida y como una decisión errada le
arrancó la libertad.
Algunos
navegantes curiosos lo escudriñaban por el rabillo del ojo, otros como yo…,
trataban de combinar la música de fondo y los pensamientos propios con las
acciones de aquel hombre-¿Verdad, mentira o un híbrido, provocativo para
enternecer los corazones?-.
-Dame
una….- Extendiendo su mano, entregó un billete de veinte pesos. -Así está bien-
dijo la mujer. Aquel hombre realizó una
leve reverencia con la cabeza y persignándose siguió su discurso. Una mano más
se alzaba, un joven de camisa gris y cabello negro pedía una… -La blanca por
favor-, pagando por ella con monedas tomó la flor entre sus blancos dedos e inclinándose
la ofreció a ella…. Una pequeña niña de gafas azules con cordones blancos, zapatos ortopédicos y uniforme escolar. Ella,
que abría los ojos sorprendida y miraba a su madre con el rostro iluminado por
la sorpresa. Ella, pequeña y temerosa.
Tímida,
tomó la flor, y un tanto apenada e impulsada por su madre agradeció el gesto
con un abrazo. Aquel joven correspondió, con el semblante enrojecido por tal
acto ciertamente inusual.
-Mira
nada más.. ¡ten!. Te devolvemos tú flor...- El hombre sencillo obsequiaba una
segunda. Doblemente enrojecido, aquel individuo,
movía su cabeza agradecido y apenado por ello. -¡Ten!- repetía con voz dulce,
pero imponente.
–
Gracias-
Aquel
joven continuó su viaje admirando aquel regalo, ensimismado, miraba sus pétalos
y sonreía. El mundo dejó de existir, solo estaba él, la flor y la satisfacción
en su cara de haber hecho sonreír al último vagón de las 5:55 p.m.
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