Buenas noches
Las noches en vela se
habían vuelto más cotidianas, el soliloquio interior parecía una marea que
llegaba desafortunada a un eterno mar, sin un barco que pudiera surcarlas, ni
una playa a dónde arribar o peñascos con los que chocar, no había nada más que
un mar. El eterno océano de las palabras, de los pensamientos sin control, de
la rumiación y el desenfreno.
¿Los temas? Siempre había
algo nuevo que contar. A veces era el calor que emanaba de su espalda, que se
escurría entre su cabello y bajaba en forma de respiración. Otras, eran las luces, aquellas
que tanto brillaban y se cuestionaba sobre su origen, lejanas podían mirarse
desde la ventana, contando historias de algún incauto en desvelo. Algunos días
la plática se volvía seria y planeaba su vida desde la calma de la noche o
peleaba contra quienes no había tenido las palabras para enfrentar, ¿qué tal
ahora?, entre el sigilo de la noche, con la oscuridad como aliado y el
anonimato mudo como arma.
Sin duda aquellas horas
eran largas, interminables y paradójicas. Mientras el ambiente evocaba la calma
precisa para un buen descanso, su cabeza avanzaba a mil por ahora, así como los
mensajes de texto que espera recibir. Con la diferencia de que aquellos si llegaban.
¿Cuándo encontraría la
calma dentro de la vorágine que es ella? Al parecer su mar no tenía esa
respuesta.
4.50 am: Recuerdos, era
el momento de un tema nuevo.
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