domingo, 30 de octubre de 2016

Café con leche



Su risa nerviosa hacia juego con el blanco de las sábanas, mientras su azabache cabellera contrastaba con las mismas. Ambos permanecían sin moverse en extremos opuestos de la habitación, contemplándose, sonriendo, taciturnos. Haciendo honor a su nombre él volvióse valiente acercándose. La profundidad de su mirada lograba reflejarla, moviéndose lentamente, examinando su cara, su cuerpo… Su compañera, tomando una bocanada grande de aire le sonreía mientras acortaba distancia.

El playlist perfecto hacía compañía a sus manos mientras recorrían lentamente su cara, atravesando sus mejillas bajando hasta su delgado cuello rodeado fácilmente por sus manos, avanzando hacia las clavículas, estacionándose en el esternón, perdiéndose a sus costados. Su respiración había dejado de ser cauta, acelerándose. La discordancia de sus pieles era perfecta: una blanca, brillante como la Luna,  llena de oscuros lunares que hacían justicia a su perfección, mientras la otra, resplandecía dorada, como los rayos del sol que aparecen al amanecer. Si me preguntan el nombre de aquella obra podría llamarla, café con leche.

Sus labios rosados temblorosos en principio, explotaban en éxtasis, deslizándose como los rayos de luz a través de ella. A veces lentos, otras con aquel exquisito cólera penetrante mientras ambos sujetaban fuertemente sus nucas. Sus temperaturas habían llegado al punto de ebullición, haciendo que millones de corpúsculos compusieran una bravía orquesta, sensible al tacto, a él, a ella.
En ese preciso instante podía haber acabado el mundo y no habría importado pues ambos se tenían, estaban siendo, serían, fueron.





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