lunes, 3 de febrero de 2014

Turquía

Era una cálida tarde, el sol resplandecía sobre nosotros, los mortales, una traviesa cascada jugaba con distraídos chorros de agua que moría y volvían a crecer, caminábamos por el empedrado lugar, cuando escuchamos un enorme bullicio -  “Incienso de Nepal” , “ Beigles”,  “¡acérquese!”. Nos encontrábamos en una especie de exposición, India, Marruecos, cruzando la calle se encontraba China, Rusa , Japón… Caminábamos llevados por la multitud.
Por gracia de dios o el destino quizá, entramos en una gran carpa blanca con tubos enormes de acero que trepaban y cruzaban haciendo un excelente soporte; más arriba, casi en el cielo, un letrero advertía de aquel lugar, “Turquía”. Hermosas joyas brillaban con las radiaciones de luz que atravesaban por la entrada, azules, rojas, anillos de plata, collares también, finas telas y una música extraña se encontraba en aquel lugar.
Caminando fascinada por tan sublimes artefactos, frente a mis ojos poseía un pedacito de desierto; una mirada cálida como el sol que nos seguía aquel caluroso día; labios delgados y delineados; de cabellos acaramelados (si así se pudiese llamar), pareciere que el desierto lo había engendrado, hijo del Egeo, de tez rosada; cejas tupidas y claras que hacía juego  con su inusual cabellera. ¿Lo mas extraordinario de aquel retrato viviente? Su mirada…, dos estrellas que chispeaban como un volcán, las arenas los habían atrapado dejando rastros de su cruel fechoría; ¿Cómo describir tan sublime escenario? Hermosos sin duda. Verduzcos  como litorales del mar que poco a poco va fusionándose con la poca arenisca que violentas oleadas de aire malévolo roban para construir tan excelsa obra; algunas pestañas los adornaban siendo opacadas por su perfección y brillo.
Entre fugases miradas lo disfrutaba, después de exitosas expediciones a sus vírgenes zafiros algo sucedió, una voz, con rudas articulaciones, algo motorizada y  un poco torpe decía - “Mal de ojo para la buena suerte”-,  posado sobre mí comenzó a plasmarse un lindo gesto en su inusual fisionomía, sonreía.

Un choque de naciones, los vistazos iban y venían,
divirtiéndose, peleando por no perderse en aquel océano de sensaciones; miradas pardas sucumbían ante aquel ser, lentas como bailando un vals iban siendo cada vez más frecuentes acompañadas por  tenues sonrisas y enérgicas palpitaciones. De nuevo su voz… -¿Cómo te llamas..?-

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