Era una cálida tarde, el sol
resplandecía sobre nosotros, los mortales, una traviesa cascada jugaba con distraídos
chorros de agua que moría y volvían a crecer, caminábamos por el empedrado
lugar, cuando escuchamos un enorme bullicio - “Incienso de Nepal” , “ Beigles”, “¡acérquese!”. Nos encontrábamos en una
especie de exposición, India, Marruecos, cruzando la calle se encontraba China,
Rusa , Japón… Caminábamos llevados por la multitud.
Por gracia de dios o el destino
quizá, entramos en una gran carpa blanca con tubos enormes de acero que trepaban
y cruzaban haciendo un excelente soporte; más arriba, casi en el cielo, un
letrero advertía de aquel lugar, “Turquía”. Hermosas joyas brillaban con las radiaciones
de luz que atravesaban por la entrada, azules, rojas, anillos de plata,
collares también, finas telas y una música extraña se encontraba en aquel
lugar.
Caminando fascinada por tan
sublimes artefactos, frente a mis ojos poseía un pedacito de desierto; una
mirada cálida como el sol que nos seguía aquel caluroso día; labios delgados y
delineados; de cabellos acaramelados (si así se pudiese llamar), pareciere que el
desierto lo había engendrado, hijo del Egeo, de tez rosada; cejas tupidas y
claras que hacía juego con su inusual
cabellera. ¿Lo mas extraordinario de
aquel retrato viviente? Su mirada…, dos estrellas que chispeaban como un volcán,
las arenas los habían atrapado dejando rastros de su cruel fechoría; ¿Cómo describir
tan sublime escenario? Hermosos sin duda. Verduzcos como litorales del mar que poco a poco va
fusionándose con la poca arenisca que violentas oleadas de aire malévolo roban
para construir tan excelsa obra; algunas pestañas los adornaban siendo opacadas
por su perfección y brillo.
Entre fugases miradas lo
disfrutaba, después de exitosas expediciones a sus vírgenes zafiros algo
sucedió, una voz, con rudas articulaciones, algo motorizada y un poco torpe decía - “Mal de ojo para la
buena suerte”-, posado sobre mí comenzó a
plasmarse un lindo gesto en su inusual fisionomía, sonreía.
Un choque de naciones, los vistazos
iban y venían,
divirtiéndose, peleando por no perderse en aquel océano de
sensaciones; miradas pardas sucumbían ante aquel ser, lentas como bailando un
vals iban siendo cada vez más frecuentes acompañadas por tenues sonrisas y enérgicas palpitaciones. De
nuevo su voz… -¿Cómo te llamas..?-