La luz azul
entraba a través de las cortinas empapando el lugar, bañándolo en su frío
candor. Recubriendo cada espacio con su ambigüedad, con la incertidumbre de una
juventud desaforada, con la única certeza de saberse vivo.
La
noche comenzaba a surtir efecto sobre un par de siluetas que, enmarcadas por la
oscuridad disponían una imagen cuasi perfecta, cuasi anhelada, cuasi real.
Entre
las sombras podían vislumbrarse sus manos acariciando algo parecido a una piel,
haciendo juego con su respiración surcaban la oscuridad. Sus dedos largos y
delgados corrían con vehemencia por su boca, por su vientre, su cabello… por el
otro él quién había decidido acurrucarse a su lado. Minutos de un ansiado cenit se apagaron ante la templanza de aquel que se acurrucaba.
Y la noche transcurrió, como
transcurre el tiempo, como transcurren los años, como transcurre una oportunidad,
la oportunidad de haberse pertenecido…